top of page
  • Foto del escritorCelia Vázquez García

Solo Rosie la remachadora sabe

Siempre me han llamado la atención las mujeres policía americanas. No conocía a ninguna hasta hace relativamente poco tiempo, pero, gracias a las series de televisión, tuve la oportunidad de darme cuenta de que cuando ellas aparecían en acción las peores tramas mejoraban. Debo reconocer que tienen una personalidad que cautiva porque saben dudar y afrontar los conflictos con decisión. Son personajes muy sólidos que han de imponerse en un mundo de hombres en la intimidad de la tele. A veces se nota que el personaje ha sido creado por otra mujer.


Hace unos años tuve la ocasión de conocer a una de estas policías cuando estudiaba en los Estados Unidos y ¿podéis creer que se parece a las policías de las series televisivas? Se llamaba Julia Naismith y desde el principio me pareció una mujer interesante y ahora os contaré por qué. Una mañana nos despertamos en el edificio de apartamentos en donde vivía con otra compañera de estudios con la noticia de que había aparecido el cuerpo de una mujer momificada en uno de los apartamentos de la planta baja de nuestro “condominio” y que, según la policía local, podía llevar muerta más de un año. Me pareció terrible que nadie la hubiese echado en falta durante tanto tiempo. ¡Pobre mujer!


Identificaron el cadáver como el de una activista, profesora y escritora chicana llamada Elena Guerra. Enrique Pérez, su cuñado, fue el que se bajó del coche y llamó a la puerta y nadie respondió. Pronto advirtió que la puerta no estaba cerrada con llave y entró. Él fue quien descubrió el cadáver, él y su esposa Amelia, hermana de Elena. La pareja aprovechó una excursión a Albuquerque para acercarse hasta Santa Fe y ver a la escritora, porque hacía tiempo que no sabían nada de ella. El olor era horrible, nauseabundo. Todo estaba oscuro y volvió al coche para buscar una linterna. En el apartamento las ventanas estaban cerradas y las cortinas corridas, a pesar de que era mediodía. Las habitaciones estaban oscuras como la noche. Caminando con precaución y tratando de alumbrar sus pasos, tropezó con la cartera de Elena y entonces es cuando vio su cuerpo, que yacía momificado en el suelo y salió despavorido como alma que lleva el diablo y llamó a la policía desde su teléfono móvil. Decía que nunca pensó que alguien podría vivir rodeado de tanta porquería.


De acuerdo con versiones de amigos y parientes, la calidad de vida de la señora Guerra estaba en franco deterioro desde hacía tiempo. Según el cuñado, el apartamento estaba hasta arriba de basura. Luego supimos, porque todo se sabe en estos casos, que le habían cortado el gas y la luz hacía tiempo ya porque no pagaba los recibos y que a menudo dormía en su coche y se aseaba en el baño de una biblioteca local. Parece ser que tenía una licenciatura en Educación y un máster en Salud pública de la Universidad de California. ¡Qué incongruencia!

Cuando fuimos a desayunar al Starbucks cercano a los apartamentos, tuvimos la suerte de sentarnos junto a dos mujeres policías y escuchar algunos comentarios sobre el caso de la mujer momificada. Hubo un momento en el que una de ellas hizo una reflexión en voz alta que llamó mi atención.


Decía que la mujer fallecida debía tener el síndrome de Diógenes, ya que el apartamento estaba lleno de basura por todos lados, y, de hecho, ella yacía sobre un montón de desperdicios. Le parecía asombroso porque la mujer tenía sesenta y dos años cuando falleció y por las fotos que había visto en el apartamento, era todavía muy bella dos años antes de morir, pues una de las fotos tenía la fecha escrita en la parte de atrás. No entendía realmente este trastorno de comportamiento que se caracterizaba por el total abandono personal y social y el aislamiento voluntario en el propio hogar, rodeada de grandes cantidades de basura y desperdicios domésticos. Y menos el nombre de este tipo de trastorno, ya que la referencia al filósofo griego Diógenes de Sinope no tenía nada que ver con la capacidad acaparadora de las personas que tienen esta enfermedad. Precisamente, este filósofo promulgaba hasta el extremo la independencia de las necesidades materiales y los ideales de privación; por tanto, desde el punto de vista histórico y conceptual, la acumulación de cualquier tipo de cosas es lo contrario a lo preconizado y practicado por Diógenes. Pensaba que el síndrome de Peter Pan sí hacía referencia a no saber renunciar a ser hijo para empezar a ser padre, es decir querer ser niño toda la vida y así parece más congruente el nombre del síndrome.


La conversación entre las dos policías especulaba sobre el comportamiento de esta mujer y opinaban que probablemente se debía a que no había superado la muerte de un familiar muy cercano o que tenía fuertes depresiones para actuar así y dejarse morir, porque desde un principio se descartaba el robo, a pesar de que el apartamento no estaba cerrado con llave. Esta policía le comentaba a su compañera que debían investigar qué razones habría tenido Elena para dejarse morir así. Ya sabían que era americana de origen mejicano y que fundó una editorial llamada Publicaciones Golosina en la oficina de su marido por entonces. Parece ser que había estado casada dos veces y se había divorciado otras dos.


Seguíamos atentas a estos comentarios cuando entró la funcionaria de la biblioteca del Estado de Nuevo México, Peggy Pizarro, a quien casi todos los estudiantes conocíamos. Parece ser que llevaba casi toda su vida trabajando allí y era muy buena persona. Nos llamó la atención que esta policía le hiciese un gesto con la mano invitándola a sentarse en su mesa al mismo tiempo que la saludaba con amabilidad. El interés de la policía curiosa siguió llamando mi atención. Con voz dulce y suave le preguntó a Peggy si conocía a Elena Guerra, a lo que la bibliotecaria respondió afirmativamente mientras se sentaba en la mesa agradeciéndoles la invitación. Se imaginaba que le harían preguntas, pero estaba dispuesta a colaborar si con eso ayudaba a que se supiese qué había pasado con la profesora. Les dijo que Elena iba a menudo a la biblioteca para tratar de resolver asuntos relacionados con su vivienda ya que la querían desahuciar y embargar el apartamento porque no pagaba el préstamo bancario, ni las facturas de luz, agua y comunidad y los vecinos estaban hartos de ella. Elena llevaba a veces a la biblioteca cajas de facturas y documentos en las que se encontraban también excrementos de ratones. La pobre mujer no sabía ni utilizar su teléfono móvil, o lo había olvidado o no tenía saldo, así que ella le dejaba utilizar el teléfono de la biblioteca. Aunque estaba pasando por un mal momento que la tenía aturdida, dijo Peggy Pizarro, era muy inteligente y agradable y se hicieron amigas. Habían ido alguna vez al cine juntas. Sabía cuál era la película favorita de Elena: Come, reza, ama, basada en una novela de Elizabeth Gilbert. Y su actor favorito era Javier Bardem. ¡Le encantaba esta película! El argumento era la historia con la que soñaba en su vida. La policía a quien dirigía sus palabras bebió de su taza de café y se quedó pensativa mirando el fondo como si los posos le pudiesen dar más información. Pizarro añadió que la película trataba de lo que ocurre cuando decidimos ser artífices de nuestra felicidad y dejamos de intentar vivir según los modelos que nos impone la sociedad. La mente ágil de Julia Naismith, que también había visto la famosa película que tenía como protagonista a Julia Roberts, traducía el significado pensando en lo que le puede suceder a una persona tras un divorcio traumático seguido de un desengaño amoroso y en plena crisis emocional y espiritual. Pensar en las tres escalas geográficas que aparecían en la película la llevaban a suponer tres etapas distintas de búsqueda interior. Amablemente preguntó a Peggy si sabía si la señora Guerra había tenido alguna relación más después de su segundo divorcio.


La bibliotecaria respondió que de vez en cuando la invitaba a salir a comer y una vez le contó que había conocido en algún momento, tras haber visto su película favorita, a un hombre “homeless”, de esos sin hogar, que le recordaba mucho a Javier Bardem y que se habían ido de camping juntos porque creía que se había enamorado.


Otras veces hablaban de las cosas que había hecho en su vida de profesora, de los libros que había escrito… No paraba de hablar, como si hubiera estado años sin poder hacerlo. También le enseñaba fotografías en las que ella aparecía muy guapa con “celebrities” como Stevie Wonder, Linda Ronstad o Carlos Santana.


Peggy siguió hablando y contando a ambas policías que ella trataba de que Elena tomase vitaminas porque estaba extremadamente delgada y era muy particular con respecto a la comida. Sabía que se cuidaba y que no tenía una actitud suicida— les comentó—. Les dijo que a veces dormía en su coche en el parking del Sam’s Club porque estaba más a gusto y segura ya que en casa los ratones se paseaban por su cama mientras dormía. Incluso una vez fue descubierta en una biblioteca pública muy temprano después de que se quedase dentro toda la noche. Allí también se sentía más segura. Siguió contando que, al enterarse de lo que había sucedido se quedó muy sorprendida porque hacía mucho tiempo que no la veía y no se había preocupado puesto que le comentó que se iba a ir a España. Que había conocido a un profesor de Toledo que daba clases en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid. Se había enamorado de él porque también tenía un aire con Javier Bardem. Parece que era más joven que ella, pero eso no era un inconveniente para ninguno de los dos. Estaba muy ilusionada con ese viaje y hablaba continuamente de los museos que iba a visitar en Madrid, de los paseos por el Retiro y de la posibilidad de encontrar un puesto de profesora visitante. Era tan grande su entusiasmo y emoción al hablar de ello que, cuando dejó de verla no le pareció extraño.


Peggy miró su reloj y se levantó apresuradamente disculpándose ante las policías por tener que volver al trabajo ya que se le había hecho tarde. Éstas le extendieron la mano para despedirla y agradecerle la información.


Nosotras también nos levantamos de nuestros asientos unos minutos más tarde y salimos del café en dirección a nuestro apartamento.


Cuando llegamos al portal, vimos que la policía científica tenía la puerta abierta del apartamento de la señora Guerra y habían acordonado el área con una cinta plástica con las letras de la policía del condado. Aun así pudimos echar un vistazo al interior y ver el gran desorden, cosas por el suelo, papeles y montones de desperdicios acumulados y en la pared que asomaba vimos muchos cuadros entre los que destacaban un cuadro con la imagen del Che Guevara y un poster de Rosie the Riveter –Rosie la remachadora– un cartel icono feminista pero que, en su caso, era la imagen de un esqueleto con el pañuelo rojo de lunares blancos y la camisa azul bajo la leyenda de “sí, podemos hacerlo”, “sí, podemos morir” y justo a esa altura, en el suelo, parece ser que encontraron el cadáver momificado de esta mujer.


Pero, ¿quién era ese profesor que la había ilusionado tanto y qué pudo pasar para perder finalmente todas las esperanzas de viajar hasta España junto a él?


La única que indagó sobre esto fue Julia, la policía curiosa porque le parecía extraño que si estaba tan ilusionada con su viaje a España, se hubiese abandonado tanto hasta el extremo de morir de esa manera. Finalmente logró averiguar quién era ese profesor toledano con el que había salido durante un tiempo y se puso en contacto con él. El señor Guzmán, que así se apellidaba el español, le contó que había conocido a Elena cuando él realizaba una estancia de investigación en la universidad donde ella trabajaba. Bárbara había estado explorando formas de ayudar a los maestros a integrar la cultura hispana en el curriculum de sus clases. Había sido una pionera en ese campo. Era una persona brillante que fundó una editorial para poder escribir y editar aquellos libros que necesitaban los niños chicanos que estaban siendo educados a la manera de los gringos en el colegio pero que en sus casas se continuaba con la tradición mejicana familiar y su lengua maternal seguía siendo el español. Le dijo a la policía que en ningún momento le dio esperanzas de una relación sentimental de ningún tipo, aunque la animó a que se fuese a España si quería trabajar allí y conocer otro sistema de enseñanza en las escuelas infantiles en las autonomías en las que los niños estudiaban una lengua maternal que no era el español. Reconoció que le dio cariño porque era una persona brillante que no debería estar sola después de haber dado tanto de ella misma y de su energía a su profesión y a sus estudiantes. Elena quería venirse a España. No pertenecía a nadie y se encariñó con él. Decía que se parecía un poco al actor Javier Bardem, aunque él no creía que así fuese, a no ser que lo dijese por su desaliñada barba incipiente.


Cuando volvió a su país y le escribió diciéndole que se vendría a vivir con él, fue cuando le respondió seriamente que eso no era posible. Luego ya no supo nada de ella, pero por su carta se dio cuenta que lo que quería ella era huir de la soledad.


Tras contrastar la información, la policía americana concluyó que esta mujer se había dejado morir, creyéndose abandonada por quien, en su sentimiento de desamparo, ella consideraba su tabla de salvación. Le habían cerrado la única puerta que le quedaba hacia la esperanza. La policía cerró el caso.


Soledad y ausencia de amor, dos términos proscritos. Julia Naismith sabía que, en su país, se temía a la soledad más que al diablo. Hay personas a las que les duele su soledad más que nada y la huida, buscando compañía a cualquier precio, o renunciando a uno mismo es algo muy triste que enferma a quien la sufre y puede llevar a la muerte por el propio abandono físico.


Yo pensé en Antonio Gala cuando hablaba de la soledad sonora; “esa que sirve para olvidarse de la parte de sí mismo que lo distrajo a menudo de los otros”. Y que ya antes había mencionado el poeta Juan Ramón Jiménez, en una de las etapas más fecundas de su creación: los años de su retiro en Moguer. Pero el primero en utilizar esta antítesis fue San Juan de la Cruz, cuando hablaba de “música callada” y “soledad sonora” en sus Poemas del Alma. Hoy hablamos de que hay que saber gestionarla y convertirla en algo positivo porque estamos realmente solos ante el destino.


Lo verdaderamente triste para la señora Guerra es que llevase tanto tiempo muerta y que nadie de su familia preguntase por ella antes. Entre latinos esto es muy raro. Entre hermanas, todavía más. Espero que esta mujer, que le dio tanto a los niños chicanos, descanse ahora en paz.


0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Echa un vistazo al blog

bottom of page