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  • Foto del escritorCelia Vázquez García

Rayuela no existía

Revisando unos periódicos antiguos descubro que, en el verano de 1957, en el mes de julio, el escritor argentino Cortázar, cuyo nombre hace honor a este mes, pasaba unos días en Playa América disfrutando de sus vacaciones. Seguro que, junto a su mujer, sintieron ambos el torso de las olas golpeándose contra sus cuerpos marinos en su yodada hora salada cuando se hundían en el claro abrazo del mar y la espuma, con el aire oliendo a brea al mediodía. Y probablemente se acercaron al puerto de Panjón, con su muelle zurcido de brumas, olas y sirenas y se sentaron, acurrucados, en el espigón para apreciar el azul vaivén de los remos y las quillas de las barcas acunadas por el mar cuando caía en las redes la tarde.


Tomada de Flecha Roja (2023)

Estas playas están en Nigrán, un municipio constituido por siete parroquias asentadas en el hermoso Valle Miñor, donde la costa representa uno de los mayores atractivos turísticos, y su interior, donde posiblemente este autor y su mujer, Aurora, encontraron todo el esplendor de este valle dominado por parajes pintorescos, como lo demuestran sus numerosos pazos y casas solariegas, nacidas en un tiempo en el que el mar no servía más que para proporcionar alimento a los pueblos que se asentaban a sus orillas. Este idílico valle ofreció a nuestro ilustre turista y esposa playas maravillosas con kilómetros de arenales blancos con nombres como Patos o Panjón y montes y caminos muy cercanos, poblados de arboledas, con unas vistas inmejorables. Seguramente disfrutaron de sus paseos por Monteferro, coronado con su monumento en memoria de los náufragos, o el Monte Lourido, muy cercano del hotel donde se hospedaban. Seguro que admiraron el Templo Votivo del Mar, construido por Antonio Palacios, el mismo que construyó en Madrid, el Palacio de Telecomunicaciones, en el que hoy tiene su sede el Ayuntamiento de Madrid; visitaron posiblemente el arco triunfal visigótico y atravesó, sin duda, el puente románico que unía Nigrán con la villa de Baiona. Las anotaciones de Cortázar que nos han quedado también nos permiten hacernos una idea de los gustos y temas de conversación de la época. En una extraña concatenación de pensamientos, el escritor aprovecha una de las fotografías de hórreos o cruceiros que tomó durante aquellas vacaciones para contar que el peto de ánimas que hay en el centro del puente románico de la Ramallosa, junto al que posa su mujer, es “uno de los calvarios más lindos que encontramos en nuestras excursiones” Los orígenes del puente son muy inciertos. Pero parece que su construcción es de origen romano. Se dice que sobre él pasaba una antigua calzada romana, y que desde su petril fueron arrojados al agua, por haberse convertido al cristianismo, los hijos del pretor romano de Erizana, que así se llamaba Bayona en esta etapa de la historia. Quizás por eso hoy se le conoce como “puente romano”, y lo cierto es que está pavimentada con losas muy irregulares, propias de las vías romanas, (aunque puede derivarse de la confusión entre romano y románico). Investigadores de Vigo identifican esta calzada como la vía “Per loca maritima”. Más tarde se le llamó Camino Real, pues parece que Almanzor habría ordenado destruir el puente de origen romano al regreso de su campaña contra Santiago de Compostela en el año 997, cuando se llevó las campanas de la Catedral. El puente fue reconstruido por la iniciativa de San Telmo en el siglo XIII, que por esas fechas el santo era Obispo de Tuy, diócesis en la que se encuentran Nigrán y Bayona. A esa época se debe la construcción románica del puente, compuesto por diez arcos. Al pie del cruceiro hay una imagen de San Telmo, patrono de los navegantes y promotor de la reconstrucción del puente, y al que también se atribuye un hecho milagroso relacionado con el mismo. Existe una leyenda que dice que, estando predicando un día el santo en aquellos lugares ante una gran multitud, comenzó una fuerte tormenta. La gente, asustada, empezó a huir, pero San Telmo consiguió partir la gran masa de nubes en dos mitades, que descargaron el agua a las dos orillas de donde se hallaba la gente, quedando éste sin ser afectado por la lluvia. Como buen escritor a Cortázar le gustaba tomar notas de todo lo que le contaban o leían sobre esta zona de España tan pintoresca. Era ya un lugar de reconocido prestigio para el turismo y desde Vigo había unos llamativos tranvías que llegaban hasta Baiona por la costa y en su parte superior se anunciaban el inglés, alemán y francés, publicidad trilingüe que no tenemos hoy en día…

Su primer viaje a Galicia lo habían realizado el año anterior, a Santiago de Compostela. Aurora, su mujer, decía que tenía recuerdos muy vagos y demasiado dudosos de lo que recordaba o le habían contado cuando de niña había vivido en Galicia con su familia, pues su padre, que nunca fue bueno para los negocios, se encontró en una situación difícil y volvió porque creía que había alguna posibilidad de arreglo económico para su problema. Y ahí es donde aprendió a hablar en gallego antes que en español. Como Julio aprendió a hablar en francés antes que en español porque vivía en Bélgica porque su padre era diplomático. Ella quería haber vuelto a España cuando era adolescente para estudiar con Menéndez Pidal, que había sido profesor de su profesora de español a la que admiraba. Había sido muy importante para ella porque le hizo leer muy buenos libros. Le parecía tan inteligente y con tanta personalidad que cuando comentó en su casa que le gustaría estudiar una carrera universitaria en España, su padre le dijo que como tenían parientes no habría ningún inconveniente en ir a estudiar allí cuando terminase el liceo. Pero estalló la Guerra Civil un año antes de que terminase el liceo y fue imposible viajar a España en ese momento.


Aurora cuenta en un libro que se titula precisamente El libro de Aurora que era muy aficionada a la lectura y leyó en una revista literaria un cuento de Cortázar titulado “Casa tomada” que le impresionó muchísimo y se preguntó quién sería el autor, porque no le parecía español pues no escribía como un español, pero si era argentino era alguien muy peculiar, porque tampoco escribía como cualquier otro que ella había leído, como su admirado Borges. Un día comentándoselo a una amiga, esta le dijo que lo conocía y que iba a verlo la siguiente semana y la invitó a acompañarla si quería. Así fue como lo conoció. Se vieron por primera vez en un café de estilo inglés, con grandes sillones de cuero en el que servían cócteles. Le sorprendió lo alto que era, pero luego empezaron a hablar de literatura de viajes y de amigos en común y así empezó todo: como amigos.


Cortázar después se fue a París y pasado bastante tiempo, como el sueño de todos los jóvenes latinoamericanos era viajar a Europa, sobre todo a París y a Italia, cuando Aurora ya era profesora de Lógica y Psicología en una escuela nacional y trabajaba como traductora también, había ahorrado un poco de dinero, se vino también a Europa con la idea de pasar unas vacaciones, con treinta y dos años. Como se lo había dicho a Julio, allí estaba esperándola al desembarcar la navidad de 1952. París aún estaba sufriendo las consecuencias de la guerra, como toda Europa prácticamente. Luego viajaron a Italia paras pasar un año en Roma mientras trabajaban de traductores. Ya como pareja. Al volver de Italia con lo que habían ganado como traductores se compraron un piso pequeño y así fue como se quedaron en París. Encontraron trabajo de traductores de nuevo y a partir de ese momento se dedicaron a trabajar y a viajar, lo que más les gustaba a ambos en esa etapa de sus vidas.

Así es como vinieron a Galicia, a Santiago de Compostela, en 1956. Llegaron una mañana después de un viaje deprimente en la Renfe, con olor a viejo y con mucho sueño sin conciliar por los incómodos asientos de una felpa que parecía más un “farrapo” portugués. Antes habían hecho una parada en Astorga que resultó ser una pesadilla en palabras de Aurora. Todavía era un poblacho con la plaza llena de personas retacas, como cuenta en su libro, que no dejaban de mirarles como si fuesen bichos raros. ¡Y lo mal que comieron! pues el bocadillo que pidieron contenía un jamón rancio y correoso y el pan, estaba ácido y con un color sospechoso. Ni siquiera las famosas mantecadas de Astorga hacían honor a su fama. Solo se salvaba la belleza de la catedral, bastante derruida en esos años, que sintetizaba todas las corrientes artísticas desde el Gótico florido, pasando por el Renacimiento, el Barroco hasta el Neoclasicismo. Tampoco se emocionaron tanto con el Palacio Episcopal con la arquitectura adelantada a su tiempo de estilo neogótico creada por Gaudí y prácticamente abandonado en esa España donde había unas necesidades más perentorias que recuperar edificios emblemáticos. De hecho, estaba abandonado en esa época también, aunque era de construcción reciente. Les pareció un plagio del arquitecto, con su aire medieval, aun siendo de finales del siglo XIX y de encantamiento de cuento. Finalmente, no se utilizó como Palacio Episcopal tampoco.


Al día siguiente llegaron a Santiago y tuvieron la suerte de que no les llovió e incluso hacía sol, aunque allí se dice que la lluvia es arte. Se alojaron en un buen hotel. Durante varios días visitaron la ciudad detenidamente, sobre todo la catedral, comenzando al contrario que los turistas habituales, pues se acercaron al pórtico de las Platerías primero y se reservaron el Pórtico de la gloria para el final. No negaron que les impresionó la catedral, pero echaban de menos Notre-Dame de París y la frívola intelectualidad de esa ciudad fascinante.


Pero, aun así, no debieron pasarlo tan mal cuando decidieron volver al año siguiente. Cortázar tenía en ese tiempo 43 años recién cumplidos y ya era un maestro del cuento, de la prosa poética y de la narración breve en general, pero todavía tenían que pasar seis veranos más para que sus lectores pudiesen leer su Rayuela. Quizás ya estaba dándole vueltas en la cabeza, pues la novela iba a romper con la concepción tradicional de la narrativa. Cortázar iba a introducir elementos lúdicos e innovaciones de diverso talante. Por esos tiempos su libro más conocido era Bestiario, escrito una década antes. Así que este autor no era todavía el escritor mundialmente famoso, sino un autor argentino afincado en París y casado con una gallega que había decidido pasar sus vacaciones de verano en un pueblo del sur de la ría de Vigo, que, aunque hoy tiene muchos habitantes entonces no superaba los ocho millares. A pesar de que la población fue aumentando poco a poco hasta hoy, todavía sigue siendo un lugar maravilloso para veranear.


De su descanso en Playa América, perteneciente a este ayuntamiento, dejó constancia en cartas, postales y en anotaciones al dorso de las fotografías que fue haciendo durante su estancia. De todo esto no teníamos constancia hasta que su primera mujer, Aurora Bernárdez, traductora argentina de padres gallegos, lo legó a Galicia en 2006. Digo su primera mujer de entonces porque Cortázar se casó con Aurora en 1953 y se divorció de ella en el año 1967. Luego se unió a una mujer lituana, con la que nunca se casó, que reforzaría sus ideales de izquierdas y tres años después de divorciarse de Aurora, se casó por segunda vez con la escritora estadounidense Carol Dunlop, con la que también realizó numerosos viajes y que morirá en 1982. Tras su muerte, Aurora vuelve a su vida para cuidarlo durante su enfermedad. Dos años después Cortázar morirá de una leucemia. Ella se convertirá en la única heredera de su obra publicada y de sus textos.


En 1993, Aurora Bernárdez, además de donar a Galicia fotos y todo aquello que relacionase a Cortázar con Galicia, donó a la Fundación Juan March de Madrid la biblioteca personal de Cortázar, más de cuatro mil libros, de los cuales más de quinientos estaban dedicados al escritor por los autores, y la mayoría poseen numerosas anotaciones de Cortázar.


En estos documentos donados por Aurora, es donde podemos leer que están desde el primero de julio en Galicia, región que conocieron el año anterior y que les había encantado y por eso habían vuelto para buscar una playa tranquila donde descansar dos semanas antes de la vuelta a París y del viaje a Buenos Aires.


Así comienzan sus recuerdos de aquellos días, convertidos luego en tres semanas pasadas en el hotel Miramar, un hotel familiar, de emigrantes retornados de la Argentina, hoy aún en pie, ampliado y actualizado, un poco más grande de lo que era entonces. Cortázar escribe en sus anotaciones que “Lourido es un sitio precioso al sur de Vigo. Se llega en tranvía, hay un hotel donde les adoran porque desde el patrón hasta el cocinero, todos han trabajado alguna vez en la Argentina (ramo de los restaurantes, parrillas y bares), cuenta Cortázar sobre su alojamiento desde el que daba largas caminatas. “Este era uno de nuestros paseos preferidos, desde lo alto de monte Lourido se veía el mar”, anota en una de aquellas fotos en las que dejó constancia de que “el olor de los pinos de Lourido era maravilloso”.


En esa foto del puente que une Nigrán con Baiona, nos cuenta también que “Aurora se broncea como una walkiria”. Creo que la comparación se le ocurre porque el hotel, “enchido de robustos y aburridos alemanes…todos los cuales leen, en versión germánica, Gone with the Wind”, libro que hacía ya dos décadas que se había publicado por primera vez y cuya película, Lo que el viento se llevó, se había estrenado quince años antes, pero es posible que no se hubiese traducido al alemán hasta ese momento.


Pero lo que a Cortázar parece llamarle la atención no es la novela en sí, sino su título “porque el viento es el gran tema de esta región” deja escrito. Tanto que el escritor resulta afectado en primera persona: “Hasta ahora dominan los vientos y las nubes, pero ya he tenido la oportunidad de medirme con Poseidón. Resultado: arena en un ojo y setenta y cinco pesetas de oculista. ¡Oh el deporte!” Aunque el tiempo no debió ser tan malo pues el argentino deja constancia en otra foto de que “el pañuelo de la muñeca no es de compadre, sino por una quemadura del sol”. Vemos que la zona del Val Miñor le gustó y hasta tuvo variaciones en cuanto al tiempo como permitirle hacer excursiones cuando se nublaba o tomar simplemente el sol tumbado en la arena cuando el astro rey se iluminaba en el cielo.


Y seguro que se sorprendió al ver jugar a la rayuela a algunas niñas en esas vacaciones. Su novela, escrita unos años después rompe con la concepción tradicional de la narrativa al incluir en ella elementos lúdicos e innovaciones de diversa índole. Pronto fue valorada como algo diferente, como una novela maestra que le advierte al lector antes del primer capítulo que se va a enfrentar a un reto, o un juego si es lo que prefiere, pues la novela se puede leer de dos maneras: como de costumbre, de forma lineal, solo de los capítulos 1 al 56 o si nos atrevemos, siguiendo el tablero de dirección que nos propone, que se inicia en el capítulo 73, es decir, a saltos de un fragmento al otro, como en el juego de la rayuela. Pero además nos daremos cuenta que falta el capítulo 55 y esto es algo deliberado, decidido por el autor.


Crónica basada en un pequeño artículo aparecido en un periódico de la comarca y en El libro de Aurora, escrito por Aurora Bernárdez, la primera mujer de Cortázar, publicado por Alfaguara en 1971.

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