Ponencia para el Encuentro Internacional de Escritoras EIDE, modalidad virtual.
Gracias a los esfuerzos de mujeres poetas, como las escritoras que han organizado los catorce Encuentros Internacionales celebrados hasta ahora contando éste, y las escritoras participantes que hemos podido homenajear y poner en valor a la mujer y a las distintas figuras femeninas de las letras a quienes se han dedicado las diferentes ediciones, seguimos intentando que los derechos de las mujeres se vayan respetando en las diferentes sociedades y culturas. Sabemos que nos queda todavía camino por andar para alcanzar la igualdad real de derechos. Aunque hemos avanzado mucho, hay días que, con las terribles noticias que leemos o nos cuentan a través de los medios de comunicación tengo la sensación de que retrocedemos unos pasos.
En nuestro Encuentro de Marruecos yo hablaba de la valentía de Mernissi y su intento de concienciar a mucha gente, hombres y mujeres, cuando decía que no era el Corán, ni el Profeta, ni el Islam, los que provocaban que los derechos de las mujeres fuesen un problema para muchos hombres, sino que la verdadera razón de todo estaba en que esos derechos entraban en conflicto con los intereses de una élite masculina.
Si identificamos los referentes simbólicos en torno a los que se ha articulado y construido nuestra cultura tendremos que mencionar la religión, los mitos y su función en la vida de una sociedad.
Sabemos que los personajes y figuras míticas han enriquecido la cultura occidental y su producción literaria y la literatura contemporánea sigue abocándose a este imaginario para polemizar o revitalizar los mitos antiguos porque han influido en nuestra forma de ser y de percibir la realidad.
En décadas recientes el feminismo ha iniciado un proceso de revisión crítica de estas tradiciones culturales con el fin de redefinir arquetipos de empoderamiento que puedan ser útiles para mejorar las relaciones de género.
El descifrado del mito o de los arquetipos posibilita una reflexión sobre los mecanismos de construcción de la imagen femenina formulados desde el punto de vista masculino y patriarcal a lo largo de la historia.
Quisiera hacer referencia a la palabra “sororidad” y explicar por qué me parece importante. Si reflexionamos un poco comprobamos que nunca ha habido tantos feminicidios como desde que las políticas gubernamentales han decidido apoyar a la mujer. Pero desconfío de estas entidades varias en donde las feministas “oficiales” se sienten reconocidas, felices, reciben sus subvenciones y las reparten a su antojo, sin tener en cuenta, en general, la palabra sororidad.
Puedo parecer muy escéptica, pero lo que veo alrededor me hace dudar de la eficacia de estas medidas.
Creo que deberíamos reflexionar sobre cómo la sociedad y sus normas, impuestas por los hombres a lo largo de los tiempos han conseguido que nos veamos como enemigas, que rechacemos la hermandad. La palabra sororidad representa la alianza entre mujeres que comparten el mismo ideal y trabajan por alcanzar un mismo objetivo.
Se trata de descubrir que el éxito de una mujer no es prueba del fracaso de otra, sino que es un ejemplo a seguir y ver que es posible hacerlo. Ya no hacen falta grandes manifiestos teóricos. Gracias a las redes, hay un hilo conductor de denuncia del “patriarcado heteronormativo”.
¿Por qué insistir en la sororidad? Ayer lo hacía Elia Barceló, pues porque es necesario ya que la historia de la sociedad se ha volcado en conseguir que nos veamos como enemigas y ha intervenido de forma negativa en las relaciones entre mujeres y su unión para lograr metas desde la escuela a la universidad, en el trabajo y la creación artística. Todos estos elementos hacen que compitamos muchísimo con otras mujeres en diferentes ámbitos de la vida lo que fomenta la rivalidad. Y la rivalidad, si la fomentan las estructuras del poder patriarcal, puede ser algo muy negativo.
Por eso debemos seguir la ética del apoyo, del respeto y la concordancia. Somos mujeres y compañeras, no rivales. Necesitamos desarrollar una gran comprensión, empatía, crear mecanismos de sintonía, de sinergia entre las mujeres.
Os daré ejemplos concretos. Volvamos atrás en el tiempo durante un momento y hablemos de la Biblia, herramienta de transmisión cultural y religiosa y con gran potencial educativo. A lo largo de la historia de la humanidad a la mujer se la describió como generadora de conflicto. Si recuerdan, la primera mujer bíblica (sin contar a Lily) llevó sobre sí la culpa por el “pecado original” y esto parece haber afectado su papel a partir de la expulsión del Paraíso. Sin embargo, deberíamos insistir en conocer al autor o autores, (seguramente del género masculino), y deberíamos insistir en destacar que a Eva el libro del Génesis le confirió la iniciativa de cuestionar, criticar e investigar el conocimiento que le fue entregado por Dios a Adán (ella todavía no había sido creada cuando Dios le prohibió a Adán comer el fruto del árbol del bien y del mal).
La mujer parece haber encarnado mejor, en un primer momento de la historia, el espíritu de investigadora, pues dudó y quiso conocer la verdad, aunque haya tenido que cargar con consecuencias imprevisibles. Tenía un espíritu científico, aquel que desobedece los preceptos de lo estable en nombre de otra verdad que el cambio pueda revelar. La mujer trae desde el edén de su existencia la curiosidad de una investigadora y además comparte la posibilidad de conocimiento y sabiduría con Adán. ¿No habría sido mejor contar la historia de esta manera y dejar de culparla como generadora de conflicto?
Pues de aquí en adelante siguió la discriminación que ya se plasma en la Biblia, el mayor bestseller del mundo.
Viajemos ahora en el tiempo hasta llegar al momento en que se escriben los primeros relatos considerados lecturas para niños tras el filtro adaptador de los hermanos Grimm, filólogos románticos que recogieron por escrito la famosa colección de cuentos tradicionales que las mujeres les contaban. Estos cuentos sufrieron alteraciones cuando fueron traducidos a otras lenguas, dulcificándolos.
No vamos a hablar del significado y valor de los cuentos de hadas pues ya tendremos nuestra opinión formada, sino de una cuestión que pocos estudios críticos han sido capaces de responder de forma coherente. ¿Por qué los personajes más negativos de los cuentos son del género femenino cuando eran las madres o abuelas las que relataban las historias? Es la misma pregunta sin respuesta con respecto a los maltratadores ¿cómo pueden adorar a sus madres y maltratar a las madres de sus propios hijos?
La bruja es protagonista en muchos cuentos, ya sea una reina de negro corazón, una perversa hechicera, o una madrastra vengativa. La crítica moderna ha reconocido que la representación negativa de la madrastra forma parte de una veta misógina que subyace en los cuentos de hadas. ¿Pero por qué?
Marina Warner en su artículo La madre ausente (The Absent Mother) (1996) intenta explicarnos que la feminidad de los cuentos como género se manifiesta a través de los tiempos y se apoya en argumentos culturales para decirnos que las temáticas de los cuentos reflejan la experiencia vivida de forma sesgada por las mujeres casaderas. Estos cuentos, contados por mujeres, contienen ejemplos de mujeres malas: malvadas madrastras, hadas maléficas, brujas terribles mientras que las figuras virtuosas están muertas desde el comienzo del relato, como la madre de Cenicienta. Puede que retrate aquellos tiempos en los que morir de parto era bastante común y una de las mayores causas de mortalidad en la mujer.
Los niños cuyos padres habían muerto se quedaban casi siempre en la casa paterna y los criaban los abuelos paternos o los tíos, y la madre era obligada a abandonarlos y volver a la casa de sus padres, muchas veces para casarse de nuevo.
Lo mismo hacían los viudos. La antipatía de las madrastras hacia los niños de uniones anteriores era patente y se refleja en los cuentos.
Muchas veces la que contaba el cuento era la abuela o la suegra de una nueva pareja del hijo, por lo que tenía razones suficientes para sentir rivalidad hacia la mujer de su hijo, puesto que tenía que hacer valer constantemente su derecho a vivir en la casa del hijo, sobre todo si era viuda porque su vulnerabilidad era mayor. Esto sostiene la misoginia de las abuelas hacia las nueras.
Los testamentos ingleses del siglo XVII muestran que el padre viudo (abuelo) se quedaba bajo el techo del hijo mayor, mientras que, como vemos en el Rey Lear, en el caso de una madre viuda el ejercicio de tal derecho podía encontrar una resistencia feroz y represalias por parte de la esposa. Cuanto más sabemos de los cuentos menos fantásticos nos parecen y son los vehículos del realismo más “hermanos Grimm”.
En Inglaterra, a las comadronas y otras mujeres que se ocupaban del género femenino en cualquier situación se les daba el status de “Mothers”, sobre todo a las mujeres mayores de clase baja. Estas mujeres participaban en la transmisión oral de cuentos que en realidad contaban experiencias vividas y recordadas por mujeres, no eran historias inventadas, estaban enraizadas en la historia social, legal y económica del matrimonio y la familia. Reflejaban los conflictos, las tensiones, las inseguridades, celos y rabia que tanto suegras contra nueras y viceversa sentían, así como reflejaban la vulnerabilidad de los niños de diferentes matrimonios. Luchaban porque prevaleciese el interés de sus retoños sobre el de otras uniones. La dependencia económica de esposas y madres hacía que la misoginia prevaleciese y que pusiese a las mujeres en contra de otras mujeres cuando se trataba de la rivalidad por el amor del príncipe o héroe del cuento.
Parece que la psicología ha encontrado también un significado a todo esto: los cuentos de hadas son dramas maternales en los que se rinde un homenaje al papel central que las madres juegan en la génesis del yo. Y en contraste, las figuras masculinas son figuras menores.
Pero esto nunca me ha convencido. No me parece justo que el príncipe sea prácticamente un personaje de cartón que aparece tardíamente en la historia, se hace visible casi al final del relato para asegurar el final feliz. La explicación no me convence y me parece injusto que se lleve el mérito de conseguir el final feliz sin haber hecho apenas nada.
No olvidemos que muchas veces la intervención es secundaria ya que, por ejemplo, Blancanieves no se despierta por el beso del príncipe, sino porque una criada deja caer accidentalmente el ataúd de cristal en el que está encerrada Blancanieves y el trozo de manzana atorado en su garganta se libera de esta forma. Está claro que a los padres tampoco les va muy bien en estos cuentos porque normalmente parecen seres inconscientes del peligro que pasan sus hijos y son débiles o ignorantes a diferencia de los héroes de las leyendas griegas. Recuerden al padre de Hansel y Gretel.
No me convencen las teorías anglosajonas puritanas que aducen que para que un cuento de hadas cumpla su misión psicológica de combatir las tendencias pecaminosas del yo, el lector debe implicarse personalmente en el relato y admitir estos personajes femeninos negativos, aunque nos digan que la bruja es la diva del cuento, el personaje dominante que encuadra el combate entre el bien y el mal. No me convencen con esta idea de que pocas figuras de un cuento de hadas son tan poderosas o dominantes como la bruja.
Si como leemos en el libro de Sheldon Cashdan, La bruja debe morir las figuras masculinas son débiles porque los cuentos de hadas son documentos maternales que enfatizan más las relaciones entre madre e hijo, especialmente en el desarrollo del yo, hay algo que no funciona en esta educación del niño en el camino a su pubertad: se devalúa la figura paterna, se ensalza el valor de la figura femenina pero en versión negativa y maléfica y en la sociedad real obtenemos una valoración totalmente opuesta de ambos géneros. ¿cómo se explica esto?
A pesar del incremento en la lista de oportunidades y estilos de vida disponibles para ambos sexos hoy en día, los estereotipos de género siguen presentes y todavía producen connotaciones negativas que afectan a las mujeres.
En muchas culturas, incluida la nuestra, occidental, la mujer ha sido descrita como un ser débil, pasivo y a merced de los caprichos del hombre. Aunque nos parezcan tan inocentes los cuentos de hadas, realmente son armas increíblemente poderosas para conformar costumbres sociales, incluyendo las de género y las normas de agresión y violencia puesto que reflejan la realidad socio-cultural del contexto del que surgieron. Incluso aunque la sociedad contemporánea se ha alejado en el tiempo de la concepción de muchas de las historias que hoy consideramos cuentos de hadas, estos cuentos continúan enseñando a los nuevos miembros de la sociedad las ventajas del comportamiento moral a través de significados que llevan implícitos mensajes para el inconsciente colectivo.
La antropóloga feminista Françoise Heritier (2007), fallecida a finales de 2017, también dedicó su trabajo a fundamentar que la violencia de género no responde a una lógica cultural sino a un exceso de cultura patriarcal. Y como ella, muchas más apoyan esta idea. Además, en su segundo libro Disolver la jerarquía menciona algo muy importante: que la democracia que se creó hace muchísimos siglos y que proclamaba la igualdad era una falacia, ya que en ese momento la mujer no disfrutaba de esa paridad en los diferentes estamentos de la polis griega.
Heritier insiste en las conclusiones de este libro que la gran lucha futura que deberá librarse —y estamos hablando de Occidente— debe apuntar a la distribución real (al cincuenta por ciento) de las tareas domésticas y paternas (algo que nunca se ha producido —y más grave aún— ni se ha intentado. La mujer se incorporó hace años al mercado laboral pero el hombre no ha entrado en el hogar de la misma manera para atender las tareas domésticas y paternales). Heritier (2007) cree que es hora de lograr un cambio profundo, aun cuando tome algunos miles de años (vemos que es optimista) para que el cambio sea universal (pp. 239-249).
Paradójicamente, cuanto más asumimos las conquistas del feminismo moderno y más indignadas nos mostramos ante las humillaciones a las que están sujetas las mujeres, más son las mujeres que resultan muertas a manos de sus maridos o amantes.
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